viernes, 3 de agosto de 2012

Textuales: Hernández Arregui y la "clase media"

"En la Argentina de hoy, el colonialismo ha promo­vido la nacionalización de amplios sectores de la cla­se media. La clase media posibilitó la contrarrevolu­ción de 1955. Fue la base social de los gobiernos de Lonardi, Aramburu y Rojas, Frondizi e Illia. Recién con el autocratismo clerical del Gral. Juan Carlos Onganía, y el desgaste del Ejército como poder polí­tico, agravado con los sucesores, también militares, Roberto M. Levingston y Alejandro Lanusse, la clase media ha entrado en estado de desorientación crítica.
La clase media, aunque en proceso de cambio, no debe ser idealizada. Sus prejuicios sociales conviven con sus transtornos económicos. La ideología de la pequeñoburguesía no es coherente. En ella se mez­clan un tibio reconocimiento del peronismo como mo­vimiento de masas, un izquierdismo -en sus capas más avanzadas- más o menos inspirado en la Revo­lución Cubana y en Mao-Tse-Tung, que conserva algo de ese rasgo, típico de la intelectualidad de izquier­da, que es la inclinación hacia todo lo que venga de afuera.
La posición de la clase media en general ofrece una peculiaridad. Adopta una actitud crítica -que en la práctica es un rechazo- hacia la figura de Perón, conductor del movimiento obrero argentino. Esta contradición es explicable. La clase media, en sus tendencias de izquierda, al negar a Perón, se opone mediante un rodeo, al proletariado nacional, al que por otra parte se acerca con la intención de darle una "ideología" que, según tales grupos, le faltaría al pe­ronismo. En el fondo, está convencida que su destino es conducir al proletariado, substituir a Perón. En esta posición, a través de la cual la pequeñoburguesía vela sus propias contradicciones, su separación de las masas y sus abstracciones inútiles, sigue sin entender bien la complejidad de la lucha anticolo­nialista.
El acercamiento de estos grupos a la clase obrera es real, pero contra lo que sus miembros piensan, no son los trabajadores los destinados a ser dirigi­dos por la clase media, sino ésta la que ha variado en su ideología, bajo la presión de las masas peronis­tas. En medio del descrédito del P. Comunista, las figuras de Ernesto Guevara, Fidel Castro o Mao no son desechables. Más bien, esta adhesión, prueba que la pequeña burguesía ha descubierto la cuestión co­lonial. Pero no todavía desde un ángulo nacional ple­no. También, estos pequeños partidos y grupos, ha­blan de socialismo, pero no lo ligan al peronismo, si­no viniendo no se sabe de donde. Es la conocida inte-lectualización de la realidad de la clase media. El propio Perón ha tocado esta ambigüedad de los me­jores exponentes de la clase media intelectual, y ha señalado, en qué medida, la resistencia al peronismo es el residuo de la conciencia de clase colonizada:
"La dispersión -ha escrito Perón- es la única arma que le queda a la oligarquía. Nuestros enemigos lo saben muy bien. Sus instrumentos son los ’neoperonistas’ de adentro y los pueriles movimientos de libera­ción de afuera. Estos últimos no son mala gente; han leído demasiado rápido y creen ingenuamente que las revoluciones vienen hechas en los libros como los tra­jes de confección. Están rodeados de un verdadero movimiento de liberación y no lo ven. El árbol les im­pide ver el bosque."
Estos grupos de izquierda no leen a Perón. Con­viene, pues, recurrir a otras fuentes. Mao es una de ellas. Aunque la anécdota, que responde a un hecho real, es conocida, conviene repetirla. Hace algún tiempo, una delegación de estudiantes argentinos visitó China. Mao los recibió. En el transcurso de la entrevista, uno de los estudiantes, encandilado por la presencia del conductor de China, y ante una pre­gunta de Mao, contestó con fervor místico: "¡Yo soy maoísta!". "¿Cómo?" -inquirió Mao, simulando no haber oído bien. "¡Yo soy maoísta!" repitió con én­fasis el joven revolucionario. A lo que Mao contestó con paternal afecto, pensando quizá en su larga lucha como nacionalista y caudillo de las masas chi­nas: "Yo de ser argentino sería peronista". Conoce­dor de su pueblo, pero sabedor también de sus tradi­ciones culturales intransferibles, interpretaba me­jor a las masas argentinas que los estudiantes ar­gentinos, que, como dice Perón "creen ingenuamente que las revoluciones vienen hechas de afuera como los trajes de confección". Son conocidas las relacio­nes amistosas entre Perón y Mao. Como también con Fidel Castro. Pero los corrillos de izquierda son tes­tarudos. Y es probable que apelen a Lenin. Pero Le­nin no les daría la razón. También Lenin juzgó a los estudiantes de su época. Y en Rusia: "Permitidme una pregunta, -escribió alguna vez Lenin que tocó este tema en múltiples ocasiones- ¿Cómo han esti­mulado nuestros estudiantes hasta el presente a nuestros obreros? Únicamente aportando las briz­nas de aquellas ideas socialistas que han podido adquirir en los libros (pues el principal alimento espi­ritual del estudiante de nuestros días el marxismo legal) no ha podido darle algo más que el abecedario, no ha podido darle más que briznas". Hay una nota­ble analogía entre estas observaciones de Lenin y Perón respecto a los grupos estudiantiles alistados en la izquierda. Se proclaman revolucionarios. Pero en la teoría desconectada de la práctica. Y si bien la teoría sin la práctica es vacía, la práctica sin la teoría es ciega. La práctica, en otras palabras, son las masas. Las masas tal cual son. Y las masas son peronistas. No masas maoístas o castristas. Y menos rusas. No se trata aquí de zaherir a estos estudian­tes. Antes bien, lo deseable es hacerles comprender el país. Esta abstracción ideológica de los minúscu­los grupos de izquierda, esta manera de pensar sin raíz en la práctica, y que tales grupos toman como superioridad teórica y capacidad de conducción, debe ser más modesta, más ajustada a la realidad argen­tina, más identificada con la vida. Los centros estu­diantiles que los agrupan, recién entonces estarán preparados para aportar algo a la revolución, luego de haber comprendido al pueblo y sus pasiones. O mejor dicho, de haber aprendido de las masas. Cuan­do estos grupitos dicen: "Perón ha sido superado" muestran el lastre que les queda del propio pasado familiar o personal antiperonista. Y al negar a Pe­rón desprecian a los obreros. A las masas peronistas. Todavía no se han superado a sí mismos como clase media, cualesquiera sean la pureza de sus ideales y su arrojo personal. Los ejemplos de China, Cuba, Argel, etc., son aprovechables. Pero más aprovecha­ble, mucho más aprovechable, es la experiencia ini­ciada el 17 de octubre de 1945. Pongamos otro ejem­plo. Ernesto Guevara fue un prominente revolucio­nario. Pero su presencia en la Argentina no hubiese desatado una revolución. En cambio Perón sí. Por eso, en 1964, todas las fuerzas antinacionales, todo el imperialismo, incluso el aparato sindical vandorista, interrumpieron en Brasil su viaje de retorno a la Argentina.
La superación ideológica del peronismo no se al­canzará con críticas en los pasillos de las facultades, o en reuniones selectas, sino batallando dentro del movimiento de masas. Si Perón, a través de los años transcurridos desde su alejamiento del país no ha po­dido retornar ¿no es acaso ésta la demostración palpa­ble de que lo que temen en Perón es a las masas traba­jadoras argentinas? O se acepta a Perón o se niega a las masas. No hay otra alternativa. De otro modo, es­tos grupos se cierran el camino del pueblo. No enten­der esto es no entender nada. Y no entender nada es negar la revolución encarnada en las masas. Tales grupos de izquierda siguen siendo residuos del colona­to mental, del revolucionarismo libresco. Carecen de fe en el pueblo. Y, por tanto, de la fe del pueblo. De esa fe que Perón moviliza. No los grupos de izquierda. Las masas, ven con simpatía a Fidel Castro. Esto es indudable. También a Mao. Pero no son cubanas. Y tampoco chinas. En cambio saben bien quién es Bra-den y quien Perón. Quién Pedro E. Aramburu y quien Juan José Valle. El pueblo -todos los pueblos-tienen sus símbolos nacionales. Estos símbolos per­sonifican y condensan una tremenda potencia emo­cional. Son pasiones colectivas de clase. Y sin pasio­nes colectivas no hay revolución."

Juan José Hernández Arregu, en "Peronismo y Socialismo", capítulo III, Bs As, Ed Corregidor, 1973, pg 109-113 


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