lunes, 24 de septiembre de 2012

Bibliografía: Perón y los Montoneros

La historiadora Alicia Servetto, autora de "73/76. El gobierno peronista contra las provincias montoneras”, explora de un modo exhaustivo el “proceso múltiple, complejo y contradictorio” de las intervenciones federales en las provincias de Formosa, Córdoba, Mendoza, Santa Cruz y Salta durante el tercer gobierno peronista. Como señala en la introducción, “más que un recurso constitucional para el ejercicio de control y autoridad por parte del gobierno central sobre los poderes provinciales”, las intervenciones fueron “una herramienta para frenar la movilización social y disciplinar a las fuerzas políticas con el objetivo de dirimir la contienda intraperonista y liquidar los bastiones de poder del peronismo revolucionario”.

Al analizar los discursos de Perón en el contexto de la complejidad y dialéctica de ese período, afirma que "La violencia quedó asegurada por el Estado desde el 20 de junio de 1973 con la masacre de Ezeiza; ese primer episodio en el que hubo muertos y heridos nunca fue investigado. Y Perón no dijo nada. Cuando uno desanda un poquito los discursos de Perón, eran discursos de guerra; se estaba en guerra para combatir a los “infiltrados”, además de la recurrencia de asemejar la sociedad con un organismo, algo propio del discurso de las Fuerzas Armadas. La sociedad era un cuerpo y cada parte tenía una función, pero si alguna parte no funcionaba bien había que erradicarla. La rectora de ese cuerpo, la cabeza de esa sociedad, eran las Fuerzas Armadas. Esto es predominante en el discurso de Perón del ’73 al ’74, en los que tendía a comparar a los sectores más revolucionarios del peronismo con elementos patógenos o “focos infecciosos”".

En la mayoría de los casos investigados en el libro, los conflictos comenzaron cuando los actores en disputa se negaron a aceptar a los gobernantes electos, cuya legitimidad de origen impugnaban. La lógica binaria no era monopolio exclusivo del peronismo; estaba en las entrañas misma del modo en que se pensaba la política en los ’70, como advierte Servetto. “La disputa entre leales y traidores es una disputa en términos morales, digamos entre el bien y el mal. ¿Y quiénes eran los buenos? Para los Montoneros eran ellos; los otros eran los traidores, aquellos que alguna vez habían tenido cierta lealtad y luego se apartaron de los postulados. Para el sindicalismo burócrata, la izquierda peronista eran los traidores, los extraños que viciaron al peronismo.” La historiadora dice que cada uno trató de arrastrar a Perón hacia su propio costal. “Se podría plantear que había cierta ingenuidad en Montoneros al no haberse dado cuenta de que Perón se había definido políticamente. ¿Eran ingenuos? –se pregunta la historiadora–. Hay un trabajo de Silvia Sigal y Eliseo Verón en el que analizan las paradojas discursivas de Montoneros: si dejaban de ser peronistas perdían esa identidad de masa que habían conseguido y caían en ‘la trampa mortal’.”

¿Perón fue ingenuo al creer que podría encauzar a Montoneros?
"Perón alentó la formación de Montoneros desde el exilio; fue su carta de negociación para volver. Los alentó y le dio una entidad: eran las “formaciones especiales”, que tuvieron un lugar dentro de la conducción del movimiento. Cuando regresó, pretendió encauzarlos institucionalmente, cosa que no pudo hacer. Cuando Perón justificó la intervención a Córdoba, dijo que el gobierno “no supo colocarse a la altura de las circunstancias”. Perón tuvo un doble discurso. Sé que a los peronistas no va a gustarles esto que digo (risas). Ese doble discurso es muy evidente entre el ’73 y el ’74. Pero hay que decir que Perón dio señales. La principal señal fue que no investigó lo que sucedió en Ezeiza el 20 de junio de 1973; y después propuso volver a las 20 Verdades Peronistas, lo que significaba que no iba a haber ninguna revolución socialista. Creo que el error fue pensar que Perón era un revolucionario. Las señales discursivas de Perón fueron generando trampas en la propia JP, que había crecido gracias a su identidad peronista. O rompían con Perón o rompían con su propia identidad. Las dos cuestiones les generaban una contradicción. Además, la JP apoyó a los gobernadores pensando que iban a llevar adelante una revolución socialista, pero ninguno provenía del ala radicalizada del peronismo. Una de las preguntas que se hicieron los peronistas de izquierda fue por qué durante el Navarrazo no salió la gente a la calle a defenderlo a (Ricardo) Obregón Cano, por qué no hubo resistencia popular... El deterioro del gobierno de Obregón Cano en nueve meses fue aceleradísimo. La legitimidad que tuvo en marzo del ’73 no la tenía en marzo del ’74. Atravesado por todas las contradicciones internas del peronismo, no tenía el apoyo de la Iglesia, pero tampoco había por parte de la sociedad la necesidad de defender instituciones que no representaban nada. La democracia no era un objetivo a defender en ese momento. Obregón Cano ganó en segunda vuelta; en la primera obtuvo el 45 por ciento de los votos y el radicalismo, el 43. Los mismos radicales se preguntaban por qué la Córdoba del Cordobazo, del Viborazo, le dio el 43 por ciento de los votos a un candidato muy conservador como fue Víctor Martínez. En la segunda vuelta, el radicalismo sacó el 45 por ciento y el Frejuli llegó al 53 por ciento. El patriciado cordobés no toleró que el vicegobernador, Atilio López, fuera un obrero que provenía de la UTA. ¡Un chofer de colectivo vicegobernador de la provincia! Córdoba tiene esa doble cara: la combativa, pero también la reaccionaria"

Más info en Página 12



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