sábado, 6 de octubre de 2012

Textuales: Carta de Jauretche a Sábato

La primera edición del libro “Los profetas del odio” fue de mayo de 1957. Jauretche explicaba así los objetivos de ese trabajo: “Quiero poner en evidencia los factores culturales que se oponen a nuestro pleno desarrollo como Nación, a la prosperidad general y al bienestar de nuestro pueblo, y los instrumentos que preparan las condiciones intelectuales de indefensión del país”.
Ernesto Sábato en su libro “El otro rostro del peronismo”, había dicho “el motor de la historia es el resentimiento que, en el caso argentino, se acumula desde el indio, el gaucho, el gringo, el inmigrante y el trabajador moderno, hasta conformar el germen del peronista, el principal resentido y olvidado”.
En septiembre del 1956 desde Montevideo, Jauretche le envió una carta a Ernesto Sábato donde le contestó. Esta discusión fue la que gestó la idea de un libro donde se proponía polemizar con escritores que evidenciaban su desprecio por el peronismo y sus partidarios. Tiempo después le incorporó una yapa en la que desarrolló la cuestión de la colonización pedagógica.
Fue un enconado crítico de aquellos intelectuales que hicieron carrera denostando de todas las maneras posibles al movimiento nacional, ese cuestionamiento se convertía en una galardón que les permitía posicionarse favorablemente dentro del aparato cultural de la oligarquía: “En largos años de lucha al servicio de la idea de la emancipación nacional, me fue dado conocer la mentalidad de los hombres que se autodesignan como “intelectuales”, y su absoluto divorcio con la realidad del país, así como los obstáculos que ellos crean a la inteligencia argentina cuando busca su camino”.

Extraído de El Forjista 

"CARTA A ERNESTO SABATO

Estimado amigo:
Acabo de leer en el número de hoy de Marcha, de Montevideo, una síntesis de la nota sobre las torturas que usted publicara como director de Mundo Argentino, así como la secuela radiotelefónica y periodística del episodio.
Le estaba debiendo a usted la contestación de la afectuosa carta que me dirigiera al enterarse de mi partida de Buenos Aires, pero debo confesarle que no estaba en mi ánimo el hacerlo al verlo continuar en ASCUA.

Su valeroso gesto de esta oportunidad lo libera ante mí de los cargos que le hacía. Ya sé que usted pensará que puede hacérmelos a mí por muchos silencios, pero antes de ahora le he expresado la convicción en que viví durante los últimos años, de que cualesquiera fueran los errores y faltas que se cometieron entonces no importaban para el país el seguro desastre que sobrevendría de alterarse el orden vigente y querido por las mayorías populares.

Preví que detrás de la protesta de muchos sinceros estaban en acecho fuerzas más poderosas que se apoderarían fatalmente del comando para intentar la restauración del orden colonial de la “década infame”.

Preví también, y lo dije en mi clausurado periódico El 45, cuál sería la reacción del pueblo profundamente politizado, para la defensa de sus conquistas y, asimismo, que ésta desencadenaría la persecución de todos los sectores adscriptos a cualquiera de los tres lemas que encarnan el sentido de esa politización: liberación económica, justicia social y soberanía popular.

Los hechos han confirmado mis previsiones y justificado la posición que entonces me criticaba y, lo que ha pasado a los peronistas pasará a los nacionalistas y a los demócratas auténticos, desde Amadeo a Frondizi y le sucederá también a los sectores marxistas, una vez que cambie la línea táctica que hace coincidir a Londres con Moscú en el Río de la Plata.

Marginalmente le diré que esa coincidencia no es muy visible dentro del país, porque el gobierno hace declaraciones enfáticas contra los comunistas y parece perseguirlos ––tratando de desorientar a Washington que en materia de sutileza no ha inventado la pólvora–– y porque los comunistas, tratando de lograr algún prestigio entre los obreros, ensayan conatos de resistencia...

Quiero ahora comentarle su último libro: “El otro rostro del peronismo” con que Ud. contesta a la última publicación de Mario Amadeo. Debo decirle que por más que supere la adversa posición que tenemos en política, lamento que Ud., que tiene formación dialéctica, haya recurrido a la interpretación, inaugurada en nuestro país por Ramos Mejía, de querer resolver las ecuaciones de la historia por el camino de las aberraciones mentales y psicológicas.

Por aquí anduvo Borges tocando el mismo instrumento, a base de complejos de culpa y necesidades masoquistas. Después vino Martínez Estrada que anduvo también por la huella de ese trillado resentimiento, aunque lo hizo enfermedad continental, desde luego excluyendo los rubios. Max Dickman fue más prudente y sólo nos ayudó diciendo que la Revolución Libertadora había ubicado en el presupuesto a la mayoría de los intelectuales. Palacios, en cambio, está muy silencioso, tal vez porque después de una larga vida administrando la lágrima en dosis para viuda, se encuentra un poco en descubierto...

No, amigo Sabato. Lo que movilizó las masas hacia Perón no fue el resentimiento, fue la esperanza. Recuerde Ud. aquellas multitudes de octubre del 45, dueñas de la ciudad durante dos días, que no rompieron una vidriera y cuyo mayor crimen fue lavarse los pies en la Plaza de Mayo, provocando la indignación de la señora de Oyuela, rodeada de artefactos sanitarios.

Recuerde esas multitudes, aún en circunstancias trágicas y las recordará siempre cantando en coro ––cosa absolutamente inusitada entre nosotros––y tan cantores todavía, que les han tenido que prohibir el canto por decreto-ley. No eran
resentidos. Eran criollos alegres porque podían tirar las alpargatas para comprar zapatos y hasta libros, discos fonográficos, veranear, concurrir a los restaurantes, tener seguro el pan y el techo y asomar siquiera a formas de vida “occidentales” que hasta entonces les habían sido negadas...


Es una broma trágica que quienes se vuelven contra su país al sentirse frustrados, no se vuelvan contra quienes lo frustraron deliberadamente.

Cualquier ensayo de la realidad argentina que prescinda del hecho fundamental de nuestra historia, es sólo un arte de prestidigitación que hurta los términos del problema, que están dados por la gravitación británica en sus tres etapas:

    1º) Tentativa de balcanización, parcialmente lograda;

    2º) Promoción del progreso en el sentido del desarrollo unilateral agrícola-ganadero (para crear las condiciones de la granja), y

    3º) Oposición a la integración industrial y comercial de nuestra economía, para mantenernos en las condiciones óptimas de la segunda etapa, con un país de grandes señores y peones depata al suelo y una clase intermedia de educadores, profesionales y burócratas para su instrumentación.

Deje pues eso del resentimiento y haga el trabajo serio de que Ud. es capaz y que el país merece. No importa lo que diga de nosotros, pero no eluda el problema de fondo o no lo mencione sólo incidentalmente. Es Ud. mucho más que Ghioldi o un Sánchez Viamonte, para usar la técnica que esos intelectualoides ya utilizaron contra el otro movimiento de masas, también “resentidas”, que acompañó a Yrigoyen, el otro dictador. (Lo remito a la literatura periodística y a los ensayistas de la época.)

Más lógico hubiera sido en Ud. señalar la coincidencia entre estas dos épocas, las  dos grandes guerras y el proceso de industrialización y plena ocupación que, al permitir levantar el nivel de vida de las masas, les dio acceso a la acción política, con sus demandas nacionalistas y de justicia social, fenómeno del que los conductores fueron más efecto que causa.

Percibiría también las profundas analogías entre septiembre de 1930 y septiembre de 1955, aunque sus autores momentáneos parecieran en un caso ultramontanos y en el otro jacobinos. El vencedor imperial fue siempre el mismo.

Considere estas líneas como las objeciones modestas de un hombre que ha vivido bastante el proceso político de su país, ya que me considero excluido del riesgo de pasar por intelectual, ni en la Confederación de Baldasarre ni en ésta que ha inventado este señor Erro que riega con los frutos de su riñón de pensador todos los salones de conferencias disponibles y todas las audiciones radiales, aunque tenga que aguantarse hasta la noche para cumplir su higiénica función.

Deje que los intelectuales, tipo Mayo y Caseros, le metan fierro a los caudillos y a los “negros”. Pero son los negros los que nos volverán a salvar de esa economía pastoril ordenada en inglés y expresada bovinamente por el último producto de la ganadería que destapó la reciente exposición rural: el inteligente señor Blaquier.

Bromas aparte. Yo le conozco el espíritu de luzbelito que seguramente Erro no le conocía y no creo que Ud. haya escrito en serio ese libro. Hasta me sospecho que lo ha hecho para darse el gusto de contestarse, con el trabajo serio que esperamos de Ud.

    El ochenta por ciento de los argentinos y Ud. entre ellos, coincidimos en lo fundamental: la liberación nacional, la justicia social y la soberanía del pueblo. Unos marcan más el acento sobre una de las consignas y otros sobre otras. Nuestras diferencias en este momento dramático son adjetivas con respecto a lo fundamental pero entretanto, una mano extranjera organiza el cipayaje y los vendepatrias.
    Estamos dispersos y en campos encontrados pero debemos coincidir, aunque más no sea en el terreno de las ideas, para una defensa elemental.
    Quisiera que Ud. interpretase en cuánto estimo su valeroso gesto como periodista. Pero con la misma lealtad debo decirle, en cuanto creo que lo desmerece, su mal paso como escritor.

    Sus nuevos enemigos cargarán en su cuenta esta adhesión al primero y no le estimarán esta disensión al segundo. Cualquiera sea la impresión que le cause esta carta, recuerde que sigo considerándome su amigo.
Arturo Jauretche
Montevideo, septiembre de 1956."

En Arturo Jauretche, Los profetas del odio, Trafac, Buenos Aires, 1957, pp. 14-21.


1 comentario:

  1. Los actores cambian pero la historia salvo alguna correccion de guion se repite.....

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